En el corazón de Cuautla, Jalisco, existe un rincón lleno de historia llamado Fresno Hueco, donde en el pasado, las tabernas servían de refugio y punto de encuentro para los viajeros y comerciantes que transitaban por los caminos hacia las minas de Tototlán del Oro.
Esta región es una tierra rica en recursos naturales, como los bosques de donde se extraían valiosas maderas y las minas de minerales preciosos. Sin embargo, había un tesoro aún más valioso que las riquezas extraídas del suelo: la Raicilla.
En este entorno tan ligado a la tierra y las tradiciones, surge la historia de una familia que, en 1956, dedicaba su vida a mantener viva esa noble tradición.
Un joven, el mayor de los hijos, impulsado por su deseo de trascender, decidió casarse y junto a su esposa, Domitila, mudarse y forjar su propio destino en la misma tradición familiar: la elaboración de este elixir, un destilado que encarnaba las profundas raíces de su tierra.
Cada día, entre el calor del horno y el aroma del agave cocido, Domitila y su esposo dedicaban sus almas a perfeccionar cada gota de Raicilla, manteniendo vivo el legado que generaciones antes que ellos, habían creado. Pero el destino es caprichoso, y un fatídico accidente le arrebató a Domitila a su compañero de vida y a uno de sus hijos. En medio del dolor, y con ocho hijos por criar, Domitila decidió no rendirse. Al contrario, tomó el control del negocio familiar y, con el apoyo de sus hijos, continuó destilando para salir adelante, como un tributo a su esposo, y a la herencia de su familia.
Con los años, su esfuerzo y coraje convirtieron su Raicilla en un símbolo no solo de calidad, sino de leyenda. Hoy, ya en sus años dorados, Doña Domitila sigue destilando, mientras sus hijos continúan su legado, demostrando que el verdadero espíritu de la raicilla no solo se encuentra en su sabor, sino en la historia de amor, sacrificio y tenacidad que embotella cada gota. Una historia que nunca se apaga, sino que arde como el mismo fuego de los hornos que destilan su “Pequeña Raíz”, su Raicilla.